A LAS 10 EN EL ANDÉN
Una mujer espera impaciente la llegada del tren. En su interior viajaba él. Llevaba meses esperándolo y cada noche soñaba con tenerlo entre sus brazos, con besarlo y abrazarlo, con pasar junto a él el resto de sus días, o por lo menos el mayor tiempo posible.
Llevaba horas allí quieta, aunque sabía de antemano que el tren tardaría en llegar, sin otra cosa mejor que hacer que aguardar impaciente. El tiempo pasaba despacio, los segundos se convertían en minutos, los minutos eran horas de suplicio y desesperación.
Poco a poco, el andén comenzó a llenarse de gente, gente que ayudaba a sobrevivir a aquella espera, eterna, fatídica y angustiosa. El corazón de la mujer se aceleraba con la sucesión de los minutos, hasta que, por fin, apareció. Primero fue una luz, del túnel asomó la locomotora, no tardaría en llegar a su destino, el encuentro sería inminente. Llegó, la máquina detuvo su movimiento con un sonido lastimero, se abrió la puerta y entonces... un grito.
Para cuando la mujer abrió los ojos, húmedos por las lágrimas, su bebé lloraba arropado entre sus brazos. Y es que, aunque muchos no lo creen, no hay mayor amor en este mundo, que aquél que tiene una madre por su hijo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario