Memorias
1880 (edición original)
3 volúmenes
Estos "Recuerdos del tiempo viejo" de Zorrilla (1817-1893) son cartas autobiográficas que escribe para el periódico El Imparcial y que después publica como libro en Barcelona. En ellas cuenta, de manera nada sistemática ni organizada, sus recuerdos desde su infancia en la calle de la Ceniza en Valladolid (donde hoy está su casa-museo) hasta su vuelta a España desde Méjico y sus penurias económicas continuas.
Y es que, con más de 60 años, después de haber dado muchos tumbos en la vida, cuando las modas literarias nada tenían que ver con el apasionamiento y la verborrea romántica pero su Don Juan Tenorio seguía poniéndose en todos los teatros españoles e hispanoamericanos en el mes de noviembre, Zorrilla se vio en la necesidad de dedicarse al "periodismo" para conseguir unos ingresos de los que carecía para mantener a su familia. Zorrilla, con una mezcla de ingenuidad y falta de vanidad constante en sus memorias, se justifica ante los que le piden que "se retire" diciendo que es porque no puede: vendió los derechos de su Don Juan Tenorio cuando aún no se había aprobado la ley de propiedad intelectual y por eso no puede disfrutar de los beneficios que produce esta obra famosísima desde su estreno en 1844. Tuvo mala suerte con los editores (se le morían) y era una persona tan íntegra que no se aprovechó nunca de su fama y sus conocidos políticos.
El tema económico es recurrente en sus memorias. Otro es el de la frustración que le produjo durante toda la vida el desprecio que su padre siempre manifestó por su trabajo, por sus obras. Parece ser que Zorrilla padre quería que estudiara Derecho, pero a Zorrilla hijo no le gustaban los estudios, prefería escribir y dibujar; y la vida bohemia que llevó nunca se la perdonó su padre, que, por otro lado, era una persona de lo más siniestra, como sabemos por los hechos históricos y no solo por cómo lo pinta su hijo en estas memorias. Era jefe de la Policía de Fernando VII, creo que no hay más que decir. Pero era su padre y Zorrilla insiste en que le habría gustado, al menos, que hubiera querido despedirse de él, su hijo, antes de morir.
Lo que más me ha llamado la atención en estas memorias es el desprecio con el que Zorrilla habla de sus obras. Es habitual que este tipo de literatura autobiográfica y de memorias se convierta siempre en una alabanza del hombre o mujer de cuya vida y obra se habla (por eso no es una literatura que me atraiga, porque para mí l@s escritor@s son personas con sus defectos y virtudes, como tod@s, y porque considero que hay que separar sus vidas de sus obras y que, en principio, solo nos deben interesar sus obras) y, sin embargo, Zorrilla constante y sorprendentemente dice que sus obras no valen nada y que de su imaginación solo salieron "disparates" y "mal hilvanados versos". Por buscarle una explicación, tal vez es el reflejo del desprecio que le mostró su padre toda la vida. Porque, como Zorrilla reconoce -ingrato no es-, le sobró fama y reconocimiento público (aunque no dinero) por sus versos. Hoy la crítica literaria no le considera el mejor poeta, porque muchos de sus versos son ripiosos, pero sí se le valora el hecho de que conformara el teatro de la época romántica, y algunas de sus leyendas o romances y su Don Juan Tenorio forman parte del canon literario español por méritos propios.
Y así, con ingenuidad, humildad y supuesta sinceridad, Zorrilla ("Pepe" para los amigos) va desgranando episodios de su vida, desde la infancia en Valladolid, sus estudios en Toledo y Valladolid, su huida a Madrid en busca de fama literaria, el hambre que allí pasó, su entrada en el mundillo literario tras la lectura de sus versos en el entierro de Larra, su trabajo en el mundo del teatro por casualidad, su necesidad de escribir versos para subsistir durante toda su vida, las relaciones tensas siempre con su padre, aspectos curiosos de su vida como su sonambulismo o sus alucinaciones o la "costumbre" de conservar mechones de pelo de personas muertas queridas para él, su marcha de España, según dice, por hartazgo de todo, primero a París y luego a Méjico, los once años que pasó en Méjico con una vida bastante apartada y solitaria aunque llegó a conocer y hacerse amigo del emperador Maximiliano, su regreso a España donde los primeros meses se hace pasar por francés hasta que lo reconocen en Barcelona y su vuelta al trabajo literario por necesidades económicas, como está dicho.
Según se describe a sí mismo, era pequeño y débil, de carácter solitario e introvertido, ni fumaba ni bebía y solo iba a las tertulias literarias por obligación. Se muestra siempre insatisfecho, frustrado en sus proyectos y pretensiones, y consciente de que nunca ha tenido sentido práctico para haber aprovechado las oportunidades que la vida le dio de conseguir algún cargo político y medrar como los escritores contemporáneos a él.
Por último, aunque da muchos detalles de todo tipo, lo que no encontramos son referencias a sus mujeres, amadas o hij@s, salvo la mención de que se casó muy jovencito, que se enamoró de una chilena en París y que tuvo un hijo con ella. Me ha parecido un detalle de persona delicada y discreta el no querer "hacer caja" con esos asuntos, y digno de servirnos de ejemplo en la época actual, en que todo se compra y se vende en las revistas y cadenas de television, y más cuanto más morboso, y en la que tod@s nos exhibimos más o menos compulsivamente en facebook o instagram.
Ahora que celebramos el bicentenario del nacimiento del gran escritor vallisoletano es un momento muy oportuno para acercarnos a su vida y a su obra leyendo sus Recuerdos del tiempo viejo, algunas de sus leyendas y, si es posible, viendo en el teatro el Don Juan Tenorio, una obra que por encima de otras consideraciones que algun@s quieren añadirle, es sobre todo divertida.
Lo podemos leer en papel o también online en estos dos enlaces:
- la edición escaneada de la Biblioteca Digital de Castilla y León.
- en wikisource, se lee muy bien en el móvil o en una tablet.
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